SU NACIMIENTO - Cesar Castellanos

Jesús nació en cumplimiento de las profecías que se habían hecho acerca de Él; su nacimiento fue el motivo de una larga excursión de los sabios del oriente y fue recibido con agrado por los pastores que cuidaban el rebaño. Fue visto y anunciado por los ángeles del cielo. Los ojos de los santos ángeles de Dios se detuvieron para participar de lo que sería el mayor acontecimiento de la raza humana.

El eterno Dios, el Creador de cielos y tierra, aquel a quien los cielos de los cielos no pueden sostener por Su gloria, decide estacionarse en el tiempo, escogiendo para llegar el vientre de una joven virgen a quien Dios había cuidado y protegido sobrenaturalmente para luego confiarle el cuidado de Su propio Hijo. A esta mujer santa Dios la convierte en la protectora de Su Hijo Emanuel (Dios con nosotros).

¿Cómo se sentiría Jesús al estar limitado por un cuerpo humano, sabiendo que las naciones son como la gota que cae del cubo y que toda la tierra es como el estrado donde descansan Sus pies? Él que es más alto que los cielos, más profundo que los abismos, más ancho que los océanos, ahora está en una diminuta población de la nación de Israel. Las huestes angelicales se unieron para entonar el coro de celebración diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
Aunque Jesús no escogió la fortaleza de un palacio para nacer sino que prefirió el ambiente humilde de un establo, debemos entender que Él no quiere hacer Su morada en casas de roca o en corazones endurecidos como la piedra, sino en corazones sencillos, abiertos y dispuestos a que Él edifique Su Reino en sus vidas. Siendo el dueño del oro y la plata, el origen de todas las riquezas del universo, prefirió nacer en un lugar que carecía de los elementos básicos para la vida del hombre, como diciéndonos: “Quiero habitar en la vida de aquellos que son pobres en espíritu para establecer Mi Reino”.

Con Su nacimiento vino también la provisión. Dios movió los corazones de los sabios del oriente para que llevaran presentes de incienso, oro y mirra, lo cual daba un buen respiro financiero a la familia.

¿Qué sentiría María al tener en sus brazos a Jesús? En su mente repasaba una y otra vez las palabras del ángel Gabriel cuando la visitó y le dijo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:30-33). Sin dudas, María se sintió la mujer más privilegiada de la tierra. Creo que ella no saldría de su asombro al mirar al niño y le repetía: “Mi dulce Salvador, Hijo del Altísimo, Rey de Israel, gracias por dignarte venir a este mundo, seré la mejor madre para ti, te cuidaré con todo mi corazón, estamos agradecidos con Dios por habernos escogido para ser tus padres”.

“El hombre es como un arpa con sus cuerdas desajustadas y la música de las cuerdas vivas de su alma es por ello discordante, toda su naturaleza gime de dolor. Pero el Hijo de David, ese poderoso arpista, ha venido a restaurar la armonía de la humanidad. Allí donde Sus dedos llenos de gracia se mueven entre las cuerdas, el toque de los dedos de un Dios encarnado produce una música dulce como la de las esferas celestiales, una rica melodía cual el cántico de un serafín. Quiera Dios que todos los hombres sientan esa mano divina”.