En un sueño, recuerda, se le apareció un viejito de barba, vestido de blanco, y le dijo con voz suave: "La respuesta a todos tus problemas está en el Evangelio".
¿Qué problemas puede tener un hombre con fama y prosperidad, que vive de hacer reír a los demás? Pedro González, más conocido como Don Jediondo, los resume así: estrés, depresión, insomnio, obsesión por el trabajo y las comodidades materiales, y ataques de pánico. Un espíritu vacío. Todo eso lo llevó a someterse a un tratamiento psiquiátrico durante más de un año. "Son demonios que se le tratan de meter a uno. No lo digo solo desde el punto de vista religioso: de verdad que se le meten a uno energías y cosas malas", narra Pedro con un tono sereno, muy distante de esa actitud dicharachera y espontánea que lo ha hecho famoso. Era un domingo, hace un año -calcula-, cuando al despertar recordó el sueño del viejo que le hablaba al oído, sugiriéndole la solución a sus angustias. Y ese día, dice, sintió un impulso especial, como un pálpito, y decidió -por fin- acompañar a su esposa y a sus dos hijos a la iglesia evangélica El Lugar de su Presencia, en Bogotá, donde su familia se congrega desde hace varios años. "En la prédica, el pastor dijo que Dios le habla a uno a través de los sueños. Ahí comprendí que todas esas palabras tan lindas estaban dirigidas a mí", cuenta emocionado este humorista y periodista boyacense, de 48 años de edad, sobre el día en el que su vida empezó a transformarse. "Lloré hasta la saciedad. Sentí una limpieza por dentro, una paz que no se puede describir. Y mi hijo me dijo: 'Hay fiesta en el cielo porque acabas de ingresar al reino de Dios' ", añade, convencido de que el hombre que se le apareció en el sueño era el mismísimo Dios, que le daba una clara señal para que buscara nuevos rumbos. No era el primer llamado. Cuando su familia se iba a la iglesia y él se quedaba solo viendo televisión, empezó a sentir cosas extrañas, que alguien caminaba en la casa haciendo ruido con el tacón de los zapatos. "Yo juraba que era católico, pero no vivía una verdadera espiritualidad. Ni siquiera iba a misa. Mucho tiempo evadí al Señor, que me llamaba de todas las formas". Poco a poco, volvió la tranquilidad que le era tan esquiva, de la mano de una nueva receta: orar, bajarle el ritmo al trabajo y dedicarle tiempo a su hogar. "Me deprimía por no compartir con la familia el tiempo que quería, por el exceso de trabajo. Ponía una cara sonriente ante el público al que hacía reír, pero la procesión estaba adentro". Mientras más iba conociendo la palabra de Dios, su salud empezó a mejorar y asimismo llegó la felicidad que hoy ostenta. Desaparecieron las depresiones y los ataques de pánico que lo mandaban al hospital. Lo que vino después fue una etapa de arrepentimiento, de pedir perdón por todos los pecados, por las malas palabras dichas y, sí, por los chistes de grueso calibre y de doble sentido que le dieron tanta popularidad y que hoy se niega a repetir. "He pedido perdón. Uno, sin querer, ofendía a las personas o ridiculizaba en los shows a las señoras porque estaban gorditas. Si uno se burla de la creación de Dios, se burla de Dios", sigue. Luego llegó la hora de preguntarse qué iba a pasar con ese personaje boyacense entrometido y lenguaraz que era Don Jediondo. Era, porque ya no es el mismo; ahora solo cuenta chistes blancos. Sin proponérselo -aclara-, en La Luciérnaga, de Caracol Radio, le han venido bajando la participación al personaje. Está haciendo imitaciones de personalidades como los políticos Roy Barreras y Héctor Elí Rojas. Y cuando lo invitan a programas de televisión o a presentaciones, solo cuenta chistes como estos: "Había una paloma mensajera, y ahora... es gerente". O este: "Entró un tipo a la unidad de cuidados respiratorios de un hospital y dijo: 'Bueno, todos respiren profundo, que voy a cambiar de fusible' ", cuenta y se echa a reír, y después aclara que ni el sentido del humor ni la creatividad son incompatibles con su nueva vida espiritual. Es decir, para ser chistoso no hay que tener una lengua sin freno. Reinventar a Don Jediondo ha sido cambiarse de chip. Si antes tenía un repertorio de 100.000 chistes, dice, ahora solo cuenta con 500. Y con esos 500 espera defenderse. Lo mismo pasa en los eventos. Cuando lo van a contratar, él advierte que solo echará cuentos inocentes. Nada de chistes verdes ni palabras soeces que puedan ofender a Dios. Prefiere decir no, y perder un contrato, si le piden que haga un show al estilo que lo convirtió en celebridad del humor colombiano. "Si Dios me dice que hay que cambiar el nombre de Don Jediondo, o modificarlo por otro personaje, con mucho gusto lo voy a hacer. Será la voluntad de Él". Incluso, está dispuesto a decirle adiós definitivamente. "Estoy muy agradecido con Don Jediondito, que me ha dado el reconocimiento, la empresa (una cadena de restaurantes que ya tiene más de 20 puntos en todo el país) y el cariño de la gente. Pero si toca acabarlo, así lo haré", añade. Ahora, asegura, se toma la vida de una manera más relajada. Ya no se afana por abrir un nuevo restaurante en el centro comercial de moda ni por buscar presentaciones privadas, y menos por el bajo perfil del célebre Don Jediondo. Es más, afirma que si tiene que desaparecer de la vida pública, por servirle a Dios, lo hará. Sí, la fama que persiguió desde cuando llegó a Bogotá, siendo un humilde campesino que quería ser periodista deportivo, ya no lo desvela. "Esto no lo tomo ni como campaña política ni por publicidad. Es más, económicamente no es un negocio, pero espiritualmente sí lo es. Y ese es el mejor negocio que he hecho", opina al admitir que es posible que a la industria del humor no le guste su propuesta y termine rezagado. Pero eso ya no importa. En su nueva vida, Pedro González espera montar trabajos al estilo stand-up comedy, cuyo contenido sea su transformación espiritual, y quiere publicar un DVD con los chistes blancos de su nueva cosecha. Ya no quiere que la gente tenga que bajar el volumen cuando lo escuche, si es que hay niños presentes. También decidió que no se tinturaría más el pelo para ocultar las canas. "Uno empieza a verse distinto y agradable a los ojos de Dios. Si tengo estas canas y estas arrugas, es porque me las merezco". Desde hace varios meses, comenta, empezó a recorrer diferentes iglesias cristianas-evangélicas, desde la más grande hasta la más pequeña, ofreciendo su testimonio de fe sin cobrar un solo peso. Y asegura que lo seguirá haciendo. En sus intervenciones, también habla sobre los demonios que, según él, invaden la vida moderna: la depresión, la envidia, la ambición y el suicidio. En este proceso, además de su familia, ha contado con el respaldo de otros personajes públicos como los cantantes Charlie Zaa y Moisés Angulo, hoy entregados a los caminos de Dios. Y su modelo para seguir es el también humorista José Ordóñez, hoy convertido en pastor. "Quiero pararme en un púlpito y en medio de chistes y alabanzas llevar la palabra de Dios", dice, al reconocer que le gustaría llegar a ser predicador o pastor de una comunidad cristiana, aunque sabe que le falta un camino inmenso para aprender del Evangelio. Sí. Don Jediondo, el mismo que tiene 89.606 seguidores en Twitter y que es sin duda uno de los humoristas más queridos por los colombianos, podría estar llegando a su fin. Y no solo él: la carrera de Pedro González en la radio y la televisión también podría tener los días contados. "He pensado que tal vez tenga que decir adiós a mi carrera. Yo creo que mi nueva vida no consiste en agradar a la gente, sino en agradar a Dios". |