Hay que tenerlo claro desde el principio: es un plan guerrero que
exige una alta resistencia física. Hace calor, no hay aire acondicionado
ni room service. Pero cuando se arriba al Amazonas ecuatoriano, y
aparece semejante paraíso, uno se siente parte de la selva y las
incomodidades pasan a un segundo plano.
Hay que volar a Quito desde Bogotá (una hora) y de allí a Lago Agrio
(una hora más). Un recorrido por tierra de dos horas más y se llega al
Parque Nacional Cuyabeno, considerado como uno de los lugares más
biodiversos del mundo. Los guías y operadores turísticos son nativos que
conocen cada rincón de la selva espesa, con todos sus habitantes.
El lugar es visitado, sobre todo, por europeos y asiáticos que nunca
han visto tanta agua, bosques y animales en un solo lugar. Los planes
incluyen avistamiento de aves (hay 550 especies), serpientes y caimanes.
Hay caminatas (diurnas y nocturnas) por entre la selva tupida, en medio
de árboles gigantescos, tucanes, monos, arañas y lagartijas. También se
visita una comunidad indígena donde un chamán cuenta leyendas sobre sus
'trances' con el yagé. Sin embargo, el mejor regalo es ver el
atardecer: un espectáculo alucinante en el que el río se funde con un
cielo multicolor.
Los atardeceres, en los que el río se funde con un cielo multicolor, hacen parte del atractivo de esta zona.
La aventura y el colorido esperan al viajero en la selva.
La Amazonia es un punto de la Tierra muy rico en fauna.